miércoles, 2 de enero de 2013

MONUMENTO AL CICLISTA DESCONOCIDO



Para aquél que no recibe medallas ni condecoraciones, ni acapara titulares en los periódicos, ni es paseado en hombros. Para aquél héroe anónimo que no recibe premios, ni los aficionados conocen su nombre, para aquél pido un reconocimiento.
Ese es aquél abnegado ciclista llamado doméstico, gregario o coequipier, ese que “da la vida” por sus compañeros, le entrega su bicicleta al mejor clasificado y afronta la lluvia, el frío aire contra las caídas con la sola recompensa de llegar cada día a la meta aunque sea el último.
Ese es aquél que cada vez busca su nombre en las clasificaciones de detrás hacia delante, es quien no recibe los mimos del entrenador, no oye al público gritar su nombre, no recibe la atención preferencial del mecánico o del masajista. Y, a veces, éstas son sus constantes de cada día, mientras dure su vida ciclista.
Ese es aquél que con entusiasmo un tanto masoquista jura junto a su bicicleta no abandonar las competiciones ni aun cansado, lesionado o desanimado, es el hombre sin galardones, aquél cuyo único aliciente lo encuentra en su casa, al regresar cabizbajo, en el amante beso de su madre o la caricia de su esposa.
Ese es aquél al que los hijos preguntan: “¿cómo te fue?” y apenas puede aclarar su garganta para responderles: “Hoy no fue bien, mañana quizá será mejor”, como si en su mentira piadosa afirmara que al otro día tampoco llegará entre los mejores.
Ese es aquél al que no siguen ni los periodistas, ni las cazadores de autógrafos. Es el profesional que menos plata gana, el amateur que no recibe nada y al que muchos toman por loco.
Ese es aquél que cada día, con cielo gris o sol radiante, se lanza al asfalto a devorar kilómetros, pero al que la naturaleza no dotó del suficiente talento o de la fortuna necesaria para llegar a la cumbre.
Ese es aquél que después tampoco se convierte, en la hora del retiro, en entrenador destacado. Ese es aquél que muchas veces es el preparador de ruta incansable y laborioso. Es aquél mecánico o masajista que pone hombre y máquina a punto.
Ese es aquél amateur cubano multiplicado al que hace años pregunté: ¿Por qué corres?, “porque me gusta”, respondió, “porque sin el ciclismo no vivo, porque me juego mi honor propio en cada carrera”.
Ese es aquél hombre como tú o como yo, no importa en que país capitalista o socialista o en que continente viva, aquel ser humano tan necesario en el pelotón y en la gran caravana como en las propias carreteras. Aquél que anima la carrera y trata de escaparse a veces sin un objetivo decidido.
Ese es aquél como los soldados que caen en el combate sin penas ni glorias. Al menos a los combatientes se les recuerdan en soso monumentos al soldado desconocido que existen en muchos países.
Sí ya hay en cualquier rincón de la tierra una estatua al ciclista desconocido, que me perdone. Pero si no, pido en su nombre un homenaje, un recuerdo eterno que haya perdurado en la hazaña de quienes durante años ofrendaron y ofrendan sangre, sudor y lágrimas por un deporte tan sacrificado y veleidoso como quizás ningún otro.
Ante ellos me inclino. ROLANDO LAHERA 15 de mayo del 1989

       
P.D; En memoria de un PIRATA ( Paco )

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